viernes, 29 de agosto de 2008

Un poco de humor...

Gracias a Hugo Roigé que alimenta nuestra página con sus graciosas historias nos distendemos un poco del trajín diario... Los invito a disfrutar de:
EL LADRILLO Y LA GALLINA...
(historia de amores encontrados)
Pueblo chico, infierno grande. Bueno... es un decir que data de muchos años, pero que siempre tiene vigencia. Estornuda un vecino y a los pocos minutos todo el pueblo sabe que fulano se resfrió. Pero es muy lindo vivir en pueblos en donde no se conoce el oficio de cerrajero. Ahí nadie le pone llave a nada. Era muy común que yo me levantara un sábado a las 8 o 9 de la mañana y encontrara a un pariente de otro pueblo en la cocina, tomando mate muy tranquilo.
En los veintiséis años que viví en un pueblo de la provincia de Córdoba, me tocó escuchar anécdotas, reseñas y relatos de todo tipo. Algunos ingenuos y otros no tanto, de algunos fui mudo testigo, a veces no, pero a todos le presté oído.
Pero este ocurrió en mi barrio hace como treinta años atrás.
Don Edmundo, así lo llamaremos, (por las dudas...viste), era más que cincuentón, muy trabajador, de andar ligerito y muy chueco para adentro – tipo lora – y tenía un tremenda debilidad... le gustaban las mujeres bien rellenitas, si eran gordas y opulentas se babeaba.
La edad no le interesaba en lo más mínimo. Si eran un poco viejas mejor porque seguro que eran viudas. No quería sobresaltos con maridos enojados.
Y en mi barrio vivía doña Artemia, que reunía todas y cada una de las condiciones que exigía para si mismo el Edmundo, y por lo tanto no tardó en encarar la situación, y fue correspondido.-
Pero Edmundo debía respetar muy cuidadosamente las condiciones para llevar a cabo el vínculo amoroso. Era invierno, crudo como todo invierno de la zona, y él debía visitarla muy tarde, en horario nocturno. La casa, como muchas del pueblo, estaba construida un poco adentro y al frente había solo una verjita que la saltaban hasta los sapos. La cocina estaba a la vuelta de la casa y por supuesto, no tenía llave – nunca la debe haber tenido.
Pero por las dudas que a la doña le llegaran visitas, pre-establecieron que si así ocurría ella colocaría un ladrillo en una punta de la verja.
En la noche señalada venía el Edmundo pateándose los tobillos de puro apurado – les dije que era chueco pa’dentro – pero un rato antes pasó por allí el hijo de una vecina, y Ud. sabe como son los chicos... vienen pateando todo lo encuentran en el suelo o a su alcance. Cuando vio el ladrillo pego un saltito y con pierna invertida le hizo taco y fue a parar entre los rosales.
Nuestro hombre vio “el vía libre” y encaró acelerando el rodeo de la casa. Allí escuchó voces y rápido pensó; “la Artemia está escuchando la novela de radio Laboulaye, que se titulaba “Con el Ruperto y la Zulema, el amor está que quema!”Y casi tira la puerta debajo de puro apurado que era!
Cuando vio la escena puso los ojos como plato sopero, se le cayó la quijada y blanco como la harina, vio que estaban visitas los dos hijos con sus mujeres y los cuatro nietos ,y en un hilo de voz preguntó, a boca de jarro: ¿¿ No venden gayina acá???
Hugo Roigé - desde Mar del Plata colaborando poniendo su nota de humor

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