sábado, 24 de marzo de 2007

Altruismo

El otro día, antes de acostarme, decidí, en ves de ver tele, buscar un libro. Así que tomé uno al azar. Casualidad (¿o causalidad?) saqué un libro, de Mario Bunge, que hace tiempo, una amiga me regaló. Comencé a leer, pero tuve que detenerme varias veces en el segundo capítulo. Después de eso no pude esperar. Se me había llenado la cabeza. Tenia que escribir.
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“Se cree comúnmente que nos cuesta ser altruistas para con los demás: que generalmente somos egoístas excepto para con los amigos y parientes. La idea de que somos naturalmente egoístas está tan incrustada en la modernidad, que constituye la base del capitalismo. Según ella, cada cual sólo persigue su pro­pio beneficio, su propia felicidad, pero, al hacerlo, contribuye al bienestar ajeno. Esto ocurre gracias a la famosa “Mano Invisible”, o más comúnmente llamado “Dios”. O sea, todos compiten entre sí, pero el mercado ase­guran “misteriosamente” el bienestar de todos.
La evolución en su versión popular estableció que todos los organismos se ocupan sólo de lo suyo. En particular, postuló que todos procuran sobrevivir y reproducirse a toda costa. Cuantos más descendientes, mejor. Tan es así, que la “ventaja evolutiva” se define como el tama­ño (cantidad) de descendencia. Sin embargo, el altruismo se da en varias especies. Las abejas trabajan para la colmena, los elefantes ayudan a sus compañeros heridos, los delfines ayudan a sus semejantes a librarse de las redes, los humanos arriesgamos la vida para salvar la de otros…
Estos y muchos otros hechos muestran que el principio del egoísmo universal es falso.
En particular, los humanos normales no premiamos a quienes intentan dejar la mayor cantidad de sus genes dejando embara­zadas a la mayor cantidad de mujeres. Por el contrario, los consideramos delincuentes.
Recientemente se ha descubierto que, en los humanos, el altruis­mo tiene una raíz biológica. En la revista Neuron se informó que disfrutamos haciendo el bien. Este resultado se encontró estudiando con resonancia magné­tica los cerebros de sujetos puestos a jugar un juego en el cuál se puede, tanto cooperar como competir (a gusto personal). Resultó que, cuan­do cooperaban en lugar de competir, el aparato mostraba que se acti­vaba su centro del placer. O sea, cuando somos generosos no sólo nos premian, sino que también nos gusta.

En resumen, a veces somos altruistas y otras, egoístas."

"Sin egoísmo no podríamos sobrevivir, y sin altruismo no podríamos convivir."
Iván Tavera Busso

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